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lunes, 1 de febrero de 2010

"En Tierra Hostil", ¡BOOOOM!

Nervios tensos como el acero en un extraordinario drama bélico.

El cine bélico es un género delicado. Las películas que se desarrollan contextualizadas en conflictos bélicos reales suelen meter el dedo en la llaga y recrear guerras recientes puede resultar algo difícil de encajar para el público (sobre todo el norteamericano, metido en todos los fregaos). Es por eso que normalmente suele haber un espacio de tiempo prudencial para que comiencen a aparecer películas cuyo eje argumental sea una guerra contemporánea; ahí quedan "Apocalypse Now", "Platoon", "La Chaqueta Metálica" o "El Cazador" entre otras muchas surgidas en la década posterior al fin de la Guerra de Vietnam, mientras películas como "Tres Reyes" o "Jarhead: El Infierno Espera" indagaron en la Guerra del Golfo Pérsico y sus consecuencias. Cada vez cuesta menos esfuerzos referirse a guerras actuales, sobre todo por lo largas que se están haciendo; de la presente Guerra de Irak (o Invasión de Irak), que comenzó en 2003 y aún sigue vigente, no han tardado en aparecer todo tipo de cintas, igual que de la Guerra de Afganistán (desde 2001 también vigente), la mayoría de ellas muy críticas como "Redacted" de Brian de Palma o "Leones por Corderos" de Robert Redford, otras basadas vagamente en este conflicto aprovechando el escenario y más enfocadas al espectáculo como "La Sombra del Reino" o "Red de Mentiras", e incluso ha habido miniseries como "Generation Kill" centradas en una disputa que parece que dará mucho que hablar mientras dure y una vez haya terminado. "En Tierra Hostil" ("The Hurt Locker") no se decanta por una visión explícitamente crítica ni mucho menos grandilocuente de la Guerra de Irak, pero muestra los peligros y presión psicológica a los que está sometido un grupo de zapadores de élite cuya misión consiste en jugarse la vida diariamente desactivando bombas y neutralizando artefactos explosivos en terreno iraquí.

"En Tierra Hostil" es una visión cruda, realista y nada poética de la guerra que se está disputando en Oriente Medio; Kathryn Bigelow se decide por una visión poco dramática, casi posicionándose como un espectador al pie del cañón que acompaña a los desactivadores de bombas, cuyo trabajo consiste en eso y solamente en eso. En cierto modo la película tiene un aire a lo "La Sombra del Reino", excelente película de Peter Berg donde un grupo del FBI investiga un atentado terrorista en el suelo americano de Arabia Saudí, solo que en el caso de "En Tierra Hostil la película está desprovista de ese halo de acción y thriller, aunque contenga sus dosis de suspense (¡altísimas!) y su escasa y excelentemente rodada acción. De hecho la BSO es prácticamente anecdótica, ambiental, presente en pocas ocasiones para acentuar el tono realista de la cinta.

En la película nos topamos con francotiradores que fallan, bombas que explotan y matan a inocentes, complejo de superioridad del ejército estadounidense con el pueblo iraquí, incluso se puede ver de soslayo una crítica a las maneras del ejército que se toma la justicia por su mano aprovechando el contexto de la guerra (en la breve, carismática y excelente aparición de David Morse como el Coronel Reed). El realismo impera. En algún aspecto me recordó a la crudeza de la segunda mitad de "La Chaqueta Metálica", y es que la cinta no se recrea en aspectos vistosos o teatrales, de hecho siquiera tiene una línea argumental principal, solamente se deja llevar a lo largo de los días en que la tropa de zapadores desactiva una bomba tras otra. Eso sí, la cuota de tensión que tiene es enorme y durante las dos horas de duración estamos con los nervios tensos como el acero ante cada nuevo reto explosivo que se le plantea a los protagonistas, una tensión que se masca y se sufre, desde el minuto uno.

En "En Tierra Hostil" los personajes parecen personas reales y no personajes propiamente, no están excesivamente estereotipados; quizá el único es el protagonista, el Sargento Will James, un desactivador de bombas, líder del grupo, demasiado temerario e insolente a la vez que experto y confiado. A Will lo interpreta espléndidamente Jeremy Renner ("28 Semanas Después", "El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford"), prácticamente se adueña de la película y es el personaje principal a pesar de no estar excesivamente construido. Sabemos de su actitud en el campo de batalla pero no sus motivaciones, quizá al final de la cinta de forma subliminal queda claro el porqué de su forma de actuar, y su curioso perfil es el que hace más interesante la película. El resto de personajes corresponden a algunos clásicos del género, como el joven soldado traumatizado, Eldridge, un extraordinario Brian Geraghty que refleja una de las facciones más problemáticas de la guerra, también el hombre sin nada que perder ni ganar, Sanborn, interpretado por Anthony Mackie que lleva a cabo un estupendo trabajo. Es sorprendente el extraordinario reparto de estrellas en papeles secundarios y fugaces: Guy Pearce, Ralph Fiennes, David Morse, Evangeline Lilly (Kate en "Perdidos"), Christian Camargo (brillante en "Dexter", aquí como el clásico psicólogo sentado tras una mesa en un despacho); es extraño que actores de tanto prestigio hagan papeles tan efímeros con tanta naturalidad y humildad. El cine en general debería parecerse más en este aspecto a "En Tierra Hostil", sin abusar de ciertos actores constantemente, dando prioridad a los personajes y no a los actores, sin llegar al extremo del Dogma 95.

Creo que de todos los aspectos positivos de la película hay uno que quizá destaque más que el resto, que es la extraordinaria labor tras la cámara de Kathryn Bigelow, la directora de películas como "Días Extraños" y "Le Llaman Bodhi". Bigelow lleva a cabo una suprema dirección, apoyándose en la visón de cámara al hombro, zooms rápidos y primerísimos planos, una dirección muy moderna y dinámica, con ausencia prácticamente total de planos fijos y uso en ocasiones de la visión en primera persona. El manejo de la cámara, la variedad de recursos (la primera explosión es una gozada a nivel visual), el manejo del ritmo y sobre todo la capacidad de crear una enorme tensión constante son algunos de los méritos de Kathryn Bigelow en la película, así como la naturalidad y realismo de los sucesos y la acción dosificada y excelentemente rodada. Es curioso, además, que no veamos prácticamente nada desde el punto de vista del enemigo, de los iraquíes (como en las dos películas de Clint Eastwood acerca de la batalla de Iwo Jima, "Banderas de Nuestros Padres" y "Cartas desde Iwo Jima"), todo lo que hacemos es seguir las misiones del grupo de EOD (Explosive Ordnance Disposal - Desactivación de Artillería Explosiva) y el paso de los días, con algunas pinceladas acerca de la personalidad del trío protagonista y el cómo les afecta la guerra.

La película es muy neutral, no toma partido explícito salvo en ocasiones contadas ni hace demasiados balances filosóficos. Psiquiátricos sí, pues ahonda en las motivaciones de los soldados norteamericanos en la guerra y en concreto las del grupo de zapadores que se juegan la vida a diario con uno de los métodos más peligrosos y usados en Irak como son los atentados bomba. Esa visión más o menos objetiva, esa grandísima calidad técnica con unos efectos visuales y sonoros magníficos, la exquisita fotografía y las estupendas interpretaciones, además de la soberbia dirección de Bigelow, han hecho de "En Tierra Hostil" una de las películas más aclamadas por la crítica en 2009/2010, siendo la mejor película y dirección del año según muchas asociaciones de críticos de toda Norteamérica, lo que la sitúa como una importante candidata a ganar el Oscar y el Globo de Oro y la favorita de los círculos especializados junto a "Up in the Air" de Jason Reitman. "En Tierra Hostil" es una película magnífica, de una calidad cinematográfica suprema y de un contenido emotivo correcto, que tiene en el tratamiento de la tensión y su dirección sus mayores virtudes y cuenta con un reparto de altura. Es una película plenamente disfrutable, una joyita que merece la pena degustar.

Mi puntuación: 8/10.

viernes, 15 de enero de 2010

"La Cinta Blanca". Vida austera. Vida gris.

Delicatessen germana del siempre desconcertante Michael Haneke.

"La Cinta Blanca" viene pegando fuerte por los festivales de cine de toda Europa, la última película del teutón Michael Haneke se pasea por las carteleras con la distinción de ser la última ganadora de la Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes, además de haberse llevado los galardones más importantes de los Premios del Cine Europeo (Mejor Película, Director y Guionista), arrasando con ellos como casi lo hizo el cineasta años antes con "Caché (Escondido)" o "La Pianista". Esta vez el director de "Funny Games" se atreve con un drama de época ambientado en el Imperio Alemán de 1913, una película reivindicativa y a reivindicar, una película singular, que se aleja de cualquier convencionalismo como ya es habitual en el director y que se decide a explorar una época de su país de origen en la que hay muchos aspectos a recalcar y repasar, hacer memoria y meditar. "La Cinta Blanca" es una película complicada de ver, algo larga, pero elaborada con esmero y un pulso de relojero, y sobre todo atrevida.

La calidad formal de "La Cinta Blanca" es enorme, quizá esa es su mayor baza. Probablemente los elementos que la han hecho más atractiva para los críticos han sido su exquisita fotografía en blanco y negro y su soberbia dirección, sin duda las mayores virtudes de una película costumbrista de ritmo pausado y poco habitual. De hecho Michael Haneke explota en esta película uno de sus sellos distintivos, que es lo valientemente que sostiene los planos; actualmente eso es una gesta en el cine occidental, abrumado por el montaje frenético y las tomas de fracciones de segundo (que pueden estar llevadas a cabo con soltura y diligencia como un Guy Ritchie o un Darren Aronofsky o con pesadumbre como un Darren Lynn Bousman). No es una cinta convencional en muchos aspectos. Haneke da muestras de su particular sentido del ritmo en una película de dos horas y cuarto de duración en las que varias historias tienen repartido el protagonismo, sin ningún tipo de trato equitativo ni mismo grado de profundidad. Curiosamente la cinta está narrada, en parte, por la voz en off de uno de los personajes de una de las cinco o seis historias, sin ser éste más protagonista que el resto. De hecho el pueblo teutón donde transcurren las historias podría ser el único protagonista principal, y la línea argumental principal es aquella que afecta a todos los personajes a la vez, es decir, a las familias del médico, el pastor, los campesinos, el profesor, el administrador, el Barón, etc. Saber quién y por qué está causando daños en el pueblo con extraños accidentes premeditados se convierte en el leitmotiv de "La Cinta Blanca", aunque las historias individuales de cada personaje y sus interrelaciones son la base de la película.

"La Cinta Blanca" es una película dura (sin ser nada parecido a "Funny Games", que conste), realista, con los niños como cimientos para una historia que transcurre en la Alemania Guillermina de principios de s.XX en la que la disciplina y el carácter prácticamente militar de la familia son el eje de la unidad familiar y social. Existe una relación fría entre padres e hijos y en general con el resto de gente, a pesar de ser un pueblo (o quizá precisamente debido a ello), y vemos las dificultades que tienen sus habitantes para interrelacionarse y superar algunas barreras sociales; puede intuirse quizá la semilla que provocó el nazismo, la fuerte discriminación y los exageradamente estrictos valores con los que los niños crecían. Prácticamente al final de la cinta se viven los hechos que llevaron a Alemania a la Primera Guerra Mundial (las repercusiones del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria), aunque no es un tema que tenga verdadero protagonismo, y vemos cómo afecta a las diferentes familias y personajes los cambios sociales que la guerra impuso.

Haneke es un director que ofrece realismo en contraposición a los intencionados excesos del cine en general. En "La Cinta Blanca" opta por dar un crudo retrato del pueblo alemán en el que transcurre la película, con ese tono costumbrista antes mencionado, una exquisita fotografía en blanco y negro obra de Christian Berger, habitual de Haneke, que recuerda a la majestuosidad de "La Lista de Schindler", una forma de rodar sustentada en planos fijos con una ausencia total de zooms aunque con algunos travelling curiosos, y una carencia absoluta de banda sonora; la película solamente se acompaña de notas sonoras las pocas veces que éstas salen de los instrumentos que aparecen en la misma escena de forma ambiental y los cuales son tocados por los propios personajes del film. Esta falta íntegra de música le da un tono muy crudo a la película, muy directo, restándole a la película ornamentos formales y acercando las historias que narra de una forma sorprendentemente natural. Es curioso que una película pueda prescindir hoy en día de una BSO de esta forma, y "La Cinta Blanca" destaca por salir airosa del experimento. De todos modos no es algo nuevo para Michael Haneke, acostumbrado a privarse de la música en películas como "Funny Games".

En esta película sustentada en los niños tienen lugar escenas que le dan un valor añadido y le proporcionan un interés especial, detalles que pueden parecer insignificantes o pequeños, como cuando el doctor hace el amor con su ayudante de forma rápida y tosca para luego ponerse a comer, la corta e interesante conversación entre los hijos del médico acerca de la muerte o la "negociación" entre el profesor y el padre de la mujer a quien pretende, pequeñas escenas rodadas con inteligencia y un gran sentido del gusto (a veces abusando de lo crudo, pero sin intentar ser complaciente). Sobrecogedora la discusión entre los Barones o sobre todo el despecho del Doctor con su ayudante, y es que el trabajo interpretativo de "La Cinta Blanca" es un punto excepcional de la misma. Quizá al actor que más destacaría sería el germano Burghart Klaussner interpretando al Pastor, gozando de algunos momentos de puro lucimiento. Christian Friedel (como el profesor), Leonie Benesch (extraordinaria como la tímida Eva), Rainer Bock (el médico), Susanne Lothar (la partera), Ulrich Tukur (como Barón) y Ursina Lardi (Baronesa) destacarían con fuerza, así como unos estupendos y creíbles Leonard Proxauf (Martin) y Maria-Victoria Dragus (Klara) entre el plantel de niños. Curioso es, además, que pocos sean los personajes en la película que sean llamados por su nombre, con la excepción de los niños. Por cierto, imprescindible verla en versión original (está rodada en alemán), ya que además por lo que he visto del tráiler en español no parece ser una de aquellas películas en las que ha puesto mucho empeño (lo siento, no puedo escuchar al doblador habitual de Peter Griffin de "Padre de Familia" en España y tomármelo en serio).

Quizá "La Cinta Blanca" sea una película un pelín demasiado "indie" para llevarse un Oscar, o poco convencional, pero no se puede decir que no sería una perfecta ganadora del premio pues la calidad de la cinta es indiscutible, porque a pesar de ser una película más bien con un tono de novela social mantiene una línea argumental que mantiene en vilo al espectador, y su ritmo y montaje es suficientemente inteligente como para tener al espectador entretenido durante los casi 140 minutos de duración. No hay que engañarse, "La Cinta Blanca" no es una película fácilmente digerible para todos los públicos, puede hacerse incluso un pelín duro su visionado si no se va mentalizado, ya que es una película ausente de ritmos acelerados e historias inmediatas; más bien su guión va transcurriendo sin prisa ni pausa, desvelándose aisladamente su línea argumental general en pequeñas píldoras pero manteniendo las historias independientes como el eje de cada tramo de película.

La ambientación es otro aspecto extraordinario en "La Cinta Blanca", y es que el nivel de detalle en la dirección artística en todos los ámbitos es excepcional. Las construcciones y edificios parecen sacadas de una fotografía de época, los trajes y vestimentas son una delicia, y en general el toque añejo y clásico está presente durante toda la cinta, que da la sensación de haber sido rodada hace un siglo por la calidad de sus escenarios. Michael Haneke ha logrado una película de una calidad técnica sensacional, de fotografía sublime, montaje sobresaliente y dirección admirable, que ha triunfado merecidamente en toda clase de festivales pero que no sé yo si ese éxito se trasladará a las salas comerciales, y es que ya se sabe que el éxito popular y el de la crítica no tienen por qué (o más bien, no suelen) coincidir. Sus méritos son indiscutibles, técnicamente es una delicia pero quizá la vaguedad de la trama principal, su extenso metraje y su corte costumbrista puedan echar para atrás al público; es una buena película, realizada con cariño y estilo, y en la que quizá muchos puedan encontrar una pequeña joya. O aburrirse, quien sabe.

Mi puntuación: 8/10.

martes, 29 de diciembre de 2009

"Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera", sencillez poética.

Bellísima metáfora estacional.

Ya comenté hace un tiempo en mi reseña de "Haendeupon" lo que me gusta el cine surcoreano. Recientemente con "El Bueno, el Malo y el Raro" he vuelto a reivindiciar esta denominación de origen. En el párrafo introductorio de la primera di una pequeña lista con algunas de las películas de Corea del Sur que me enamoraron y "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" era una de ellas, una película especial, una película que me abrió la mente a nuevos terrenos cinematográficos. Esta cinta es el paradigma de la clara y enorme diferencia entre el cine occidental y el oriental, de lo opuesta que es la filosofía cinematográfica en cuanto a forma y en cuanto a contenido de ambos puntos cardinales. El cine occidental raramente se permite el lujo de realizar películas que se basen solamente en la espiritualidad, argumentalmente y también formalmente, es decir, que den prioridad a elementos naturales que "fluyen" sin más en pantalla sin buscar estrambóticos argumentos ni complicadas situaciones. Es una cuestión cultural, tan diferentes somos los occidentales de los orientales que el tipo de cine —elemento que refleja la sociedad y cultura al máximo exponente— tiene que ser forzosamente diferente; nos reímos con cosas diferentes, nos asustamos de conceptos opuestos, nos fascinamos con elementos dispares... Es por eso que sería prácticamente imposible toparnos con una película como "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" realizada en Hollywood o España (y que tuviera éxito) porque en occidente un film de esta clase no tiene ni una centésima parte de la tirada que puede tener un blockbuster norteamericano como "Transformers: La Venganza de los Caídos" u otras películas llenas de artificios y espectacularidades varias.

Ojo, que no estoy diciendo que las películas vacías, palomiteras y fáciles sean una mierda, no soy tan gafapasta ni de lejos, el que aquí suscribe es un amante de los blockbusters y del cine comercial como habréis comprobado si os habéis pasado antes por Videa Bien... pero de vez en cuando no está de más probar algo diferente y disfrutar saboreando platos algo más exóticos, y sobre todo apreciar el cine que está realizado con algo de intención más allá de hacer taquilla y punto. Kim Ki-duk es un realizador representativo de esta clase de cine, un prolífico artesano que realiza del orden de una o dos películas anuales desde finales de los 90' y cuyas actuales 15 películas no solo ha dirigido sino que también ha guionizado (todas ellas), además de montar varias, producir otras tantas e incluso interpretar, hacer las veces de director artístico y de producción, decorador, etc. El polifacético surcoreano ha sido el autor íntegro de —más o menos— conocidas películas como "La Isla", "Samaritan Girl", "El Arco" o "Hierro 3" entre otras y sorprendentemente varias de sus películas han visto su estreno en nuestro país, aunque no en todos los cines, claro, pero el simple hecho de que su cine tenga tirada en España es un mérito a reconocer visto el reducido éxito del cine oriental en nuestro país. Reconozco haber visto solamente esta "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" del director, pero solo con este film puede notificarse la gran visión que tiene Kim Ki-duk, el sentido del tempo con el que dota a la narración, lentísimo, casi casi saturante pero sorprendentemente liviano y lógicamente apropiado, también la preciosa fotografía, quizá la mayor baza del film, el inteligente uso de la música, etc. Desde luego no es un director que deba pasar desapercibido.

La historia de "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" es muy simple, todo transcurre en un único escenario, un pequeño y modesto templo flotante en medio de un lago acomodado en la frondosidad de un valle. Allí, que solo se puede llegar mediante una barca, vive un monje con su discípulo, llevan una vida humilde y espiritual, rezándole diariamente a Buda, saliendo del templo solo para buscar víveres y plantas y para conocer la naturaleza. La película muestra, a partir de la metáfora de las estaciones del año, cómo evoluciona la relación entre el maestro y el discípulo, como éste crece y descubre el amor, el odio, el rencor, el placer, la frustración, la redención, la paz... Mediante el discípulo conocemos las distintas fases de la vida de un hombre, la pérdida de la inocencia, la cruel llegada de a madurez, el dolor de las pérdidas y la obsesión, la aparición del deseo, etc. y de paso asistimos a una exploración del alma del ser humano, de su vínculo con la naturaleza, de su espiritualidad.

Mediante puertas que se atraviesan sin la necesidad de pasar por ellas el realizador nos llama la atención: "debéis pasar por aquí"; nos avisa que hay etapas en la vida que son ineludibles, no podemos rodearlas ni evitarlas, y lo más importante, debemos afrontarlas para crecer y para cerrar el ciclo de la vida. Porque la película muestra ante todo un ciclo que desde el mismo título ya se puede prever, una especie de etapas donde la primavera representa un comienzo, un aprendizaje en el que el maestro debe encauzar al discípulo, así como un padre educa a un hijo. El verano es tiempo de conocer el amor, de despertar física y mentalmente, de madurar y dejar atrás la confortabilidad de la infancia, un surgir de los sentimientos. En el otoño es la representación literal de la caducidad de la ingenuidad, del conocimiento real obtenido a través de la experiencia, la única y verdaderamente fiable manera de entender el mundo, de la caída para luego volver a levantarse, buscar redención, purgar el alma para tener la capacidad de encajar de nuevo las piezas del puzle de la vida y entender por fin con claridad cómo funciona este mundo. En invierno llega el tiempo de tomar el relevo, de aplicar los conocimientos adquiridos, de finalmente utilizar sabiamente lo aprendido a base de golpes, encontrarse a uno mismo por fin. Y de nuevo el ciclo se repite, vuelve la primavera y el discípulo se convierte en maestro, se cierra el círculo como en la vida real. Esta preciosa alegoría muestra no solo la historia del maestro y el discípulo en concreto que protagonizan el film, sino que se puede extrapolar a cualquier aspecto de la vida y hasta a la vida en sí misma.

El aspecto verdaderamente espectacular de "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" es el apartado técnico. La extraordinaria fotografía en concreto es uno de los valores más exquisitos y representativos de la película, obra de Baek Dong-hyeon cuya experiencia se reducía a un par de cintas, siendo una de estas "Hae Anseon" del mismo Kim Ki-duk, y que hace una demostración de talento con unas preciosas postales a modo de planos sostenidos valientemente por el director en un escenario natural construido sobre un lago surcoreano de dos siglos de antigüedad, un lugar casi místico por naturaleza, encerrado por las montañas y los árboles y sometido a las inclemencias del tiempo. Baek Dong-hyeon aprovecha el precioso espacio natural para recrearse en los perfiles del templo flotante, una construcción perenne que se mantiene firme pese a la severidad de los elementos, sobre todo el agua, factor sumamente importante en la cinta. La fotografía es tan bella en "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" que deseamos que la cámara se congele en cada plano, poder disfrutar de un paisaje tan tranquilizador, tan reconfortante y no solo en los exteriores del lago se luce el realizador y el director de fotografía, en las pocas escenas interiores y boscosas sabe aprovechar la luz natural y descubrir la belleza de la madre tierra.

El director, que no olvida la crudeza pese a lo exquisito del acabado (hay alguna escena realmente poco convencional), logra que una película de oportunísimos 100 minutos con un ritmo muy lento no se haga pesada, con el solo fluir de los hechos mantiene pegado al espectador que está deseando ver como continúa la historia pero que no quiere verse desprovisto de las poderosas y bellas imágenes que nos ofrece, y eso es lo que hace a la película especial, el elemento clave, la esencia del film, una película poco ordinaria que engancha y enamora y que abre la mente a nuevos horizontes cinematográficos, una cinta con la que te sorprendes disfrutando embelesado cuando quizás en un principio no hubieras pensado nunca que una película así pudiera gustarte. Recuerdo cuando vi por primera vez esta película, haría cosa de 4 o 5 años en un curso/ciclo de cine que servía para ganarse unos créditos en la universidad, allí me pusieron esta cinta para ejemplificar la clase de cine que se hacía en oriente y recuerdo aún lo mucho que me sorprendió descubrirme seducido por la belleza formal de la propuesta de Kim Ki-duk, y eso que en un principio no habría apostado un céntimo por ella. Pero ahí reside la grandeza de "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera", su extrema sencillez, su humildad y a la vez trascendencia la hacen una película única y enormemente disfrutable, de una forma distinta a un "Terminator Salvation" o un "Harry Potter y el Misterio del Príncipe" pero igualmente un deleite para los sentidos.

Sorprende también el uso de la música en la película, escogida cuidadosamente y utilizada aún más cautelosamente. La ausencia total de música en la mayoría del metraje otorga poderío a las imágenes y pone de manifiesto lo poco artificiosa que es la película, y cuando ésta aparece se hace notar mucho más que en cualquier otra producción; a veces la BSO no aparece y otras parece protagonizar la escena. Esa falta de música en los momentos más ordinarios los hace más cotidianos, más cercanos, y en los momentos en que Park Ji-woong —en su primera BSO— pone la nota de sonido es cuando nos damos cuenta de la trascendencia de lo que vemos; a veces siquiera es una canción o una melodía lo que oímos, a veces se limita a una simple nota sostenida, otras a una pequeña melodía de piano, todo muy minimalista, y cuanto más trascendente es la escena a la que asistimos más contundente es la BSO, de un corte muchas veces meramente presencial. Merece especial mención la canción que acompaña a la procesión final del monje, una canción tradicional llamada "Jeongseon Arirang", muy adecuada para esa escena en concreto y un perfecto complemento para las bellas imágenes que la acompañan. Una bonita forma de acabar el film antes de poder ver las últimas imágenes que cierran la cinta perspicazmente.

El reparto de la película es muy escaso, todo se reduce a once actores, ni uno más ni uno menos, así como el equipo técnico está repleto de profesionales cuyos trabajos habían sido de reducido impacto o directamente noveles. Kim Ki-duk se permite el lujo no solo de ser el montador de la cinta sino también de protagonizar el último segmento, siendo quien interpreta al monje adulto en su vuelta al templo. Ese reducido plantel de personajes sin nombre (solo los detectives se presentan) realiza un estupendo y discreto trabajo, destacando sobre todo al monje adolescente del segmento de verano, Kim Young-min y a la chica Ha Yeo-jin, intérpretes con corta o directamente nula experiencia; de hecho la gran mayoría de actores y actrices de la cinta solo han aparecido en esta película o en unas pocas más como mucho, incluso Oh Young-su, el actor que da vida al monje anciano. Este tono casi "amateur" en el equipo técnico y artístico hacen que "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" sea casi una película "casera", pero tras esa humildad hay oculto un talento desbordante por parte de todos los integrantes de la cinta.

Esta es una película que merece la pena ver, una de aquellas joyitas que descubre uno casualmente y se da cuenta lo amplio que es el espectro no solo de géneros cinematográficos sino de filosofía de cine, de forma de hacer películas. "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera" intenta retratar la alegría, la rabia, la pena y el placer de nuestras vidas a través de las cuatro estaciones y a través de la vida del monje que vive en un templo rodeado de naturaleza, según las palabras de Kim Ki-duk, un realizador que poetiza el cine con un talento y una maña desbordantes y que en esta película aplica todo su arte formal y de contenido. Una cinta de ritmo extremadamente sosegado, de imágenes poderosas y hermosas y de una belleza intrínseca fortísima; su encanto reside en su sencillez, y su secreto es enamorar a primera vista, porque si algo consigue el director con esta cinta eso es precisamente conquistar al espectador. A mí aún me fascina.

Mi puntuación: 8/10.